Canadiense Jean Beliveau rodea el mundo por la felicidad infantil


Por Carlos de Torres


Madrid, 13 feb (EFE).- Un coche de bebé transformado, el estrés laboral, las
ganas de romper con la monotonía de la vida opulenta carente de valores y una
moral propia del Alcoyano, fueron los ingredientes que llevaron al canadiense
Jean Beliveau a iniciar hace cinco años la vuelta al mundo a pie, y ahora de
paso por Madrid, anuncia que a siete años del previsto fin de su aventura
piensa sufrir lo que haga falta "para que los niños vivan un mundo en paz".
Beliveau, de 50 años, se cansó hace un lustro de vender carteles luminosos y
anunció a su mujer su decisión de afrontar la vuelta al mundo a pie. "Es que no
me quieres, pretendes separarte", le dijo ella, pero los argumentos del
aventurero eran otros: simplemente cambiar de vida.
Listo el carricoche y mapa en mano, este Forrest Gump contemporáneo, padre de
dos hijos y abuelo de una nieta que no conoce, se puso en marcha el 18 de
agosto de 2000 a las 9 horas. "El alma del proyecto es impulsar la paz y no
violencia en beneficio de los niños del mundo", explica Beliveau, que no
presentó a su esposa, Luce, el proyecto hasta 3 semanas antes de la partida.
"Un día iba corriendo y me puse a pensar el tiempo que me llevaría cubrir el
trayecto Montreal-Nueva York. Luego lo miré en el mapa, busque otros
itinerarios y empecé a soñar con el reto de la vuelta al mundo. Tenía
conflictos dentro de mi, una crisis de valores y decidí lanzarme a la
aventura", comentó el canadiense.
Una vez atravesado de norte a sur el continente americano y Africa, Beliveau
ya está en Europa, con 28 países a sus espaldas y otros 70 por delante. Sus
pies has conocido 28 pares entre zapatillas y botas de todo tipo, y los 34.000
kilómetros acumulados has dado para anécdotas de todos los colores.
En Orán (Argelia), una rutinaria revisión médica terminó en una operación de
próstata y un mes de baja, eso si "todo gratis con un gran trato de los médicos
del hospital". En Kenia hubo de abstenerse de ir a pie por ciertos tramos para
no ser devorado por los leones. "Me dijeron que si tropezaba con un león
hambriento me sentara en una roca y dijera en voz alta: buen provecho", bromeó
Beliveau.
Cuarenta kilómetros en 7-8 horas son las raciones diarias de carretera que
afronta Beliveau, que duerme y come la mayoría de los días y noches bajo el
techo de su tienda de campaña, si antes no ha conocido un anfitrión dispuesto a
conocer en su propia casa los avatares de este "peregrino de la paz".
"Los países árabes destacan por su hospitalidad, muy en contra de ciertas
etiquetas que circulan por el mundo, y en ellos me he sentido siempre arropado.
En Sudán, por ejemplo, nunca me faltó agua cuando iba por el desierto", explica
Beliveau.
El correcaminos canadiense tampoco olvidará el trato de las tribus masai en
Kenia. "Me llevaron a sus casas y me hicieron sentir uno más. Allí aprendí que
el Africa el concepto del tiempo es diferente, no existe la prisa y lo material
puede esperar siempre, no es lo primordial y viven con lo justo y necesario",
comentó.
En el continente negro, Beliveau se dio cuenta de que los niños con su trabajo
son la base "de un mundo que se crea encima de ellos, cuando tendría que ser al
revés, que el mundo permita un crecimiento sano y feliz de los más pequeños".
Por contra, en Etiopía, la aventura estuvo a punto de concluir por la
hostilidad de la gente. "Llamé a mi mujer para anunciar mi regreso a casa, pero
fue ella quien me animó a seguir. No podía hacer nada de forma desinteresada,
siempre me pedían dinero y tuve un bache casi decisivo", comentó.
Puestos de la Cruz Roja, ayuntamientos, iglesias, puestos de bomberos, son
puntos de interés a la hora de buscar apoyo sobre la marcha, pero nada
comparable a las 5 visitas que ha recibido de su familia, la última de ellas en
Huelva, donde pasó las navidades con Luce poco después de su periplo africano.
Beliveau no es religioso, tampoco ateo, "posiblemente agnóstico", pero su lema
es la paz dentro de un mundo sin fronteras y la solidaridad entre los seres
humanos. "Soy un librepensador, me considero un peregrino, estoy en la mejor
universidad posible, en una escuela de la vida y aprendo de todas las culturas,
la evolución del pensamiento", dijo.
Los relatos de su viaje ya han completado dos de los cinco tomos previstos para
su vuelta a Canadá. En ellos vaticina que "el mundo va a sufrir" porque "aunque
el ser humano llegará lejos y ahora cosas importantes, no hace, ni de lejos,
todo lo que puede hacer".
"Se han perdido dos valores de la amistad y del amor. El mundo es materialista
y trabajamos solo por lo material. Necesitamos poco para vivir, pero nos
complicamos demasiado. Todos los hombres tienen el mismo corazón pero la cabeza
es diferente. Habría que armonizar ambos conceptos", explica.
Beliveau salió de Montreal con su lengua francesa natal y nociones de inglés.
Ahora ya es un experto en este último idioma y de desenvuelve perfectamente en
español y "portuñol". Sus andanzas quedan reflejadas en su página web y la
tecnología moderna le permite estar en contacto regular con su familia.
El 31 de Enero del 2001 tuvo la "enorme felicidad" de ser abuelo, cuando su
hija Elisa-Jane dio a luz a una hermosa niña llamada Laury. En este momento,
estaba en Texas, EE.UU. y se enteró de la noticia gracias a Internet. Fue una
de las fechas señaladas, junto al recibimiento de los Premios Nobel Nelson
Mandela en Sudáfrica, Oscar Arias en Costa Rica y Adolfo Pérez Esquivel en
Argentina.
Con 7 años y cerca de 50.000 kms por delante, Beliveau es fiel a su lema de
¡Adelante¡. Cada día que pase será una razón más para demostrar a Luce que
su "locura" nada tiene que ver con un deseo de apartarse de ella, sino de
demostrar al mundo que la paz y el entendimiento en el mundo son términos
compatibles. EFE
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